viernes, 8 de julio de 2016

Por qué no siempre hay que dar las gracias


Siempre he sido muy agradecida, y creo que siempre lo seguiré siendo, ya que me educaron así: mis padres me enseñaron que siempre hay que dar las gracias, incluso cuando no sientas que las debas dar, simplemente lo haces, por educación. Pero hay ocasiones que eso de dar las gracias no viene a cuento, ni si quiera para ser educada, y simplemente tienes que plantarte y decir lo que realmente sientes.

¿Cuantas veces hemos oido eso de 'tienes trabajo, tienes que dar las gracias por ello'? ¿Diez, cien, mil veces? Creo que ya he perdido la cuenta de las veces que, en el poco tiempo que llevo trabajando (soy joven, y encima de la generación perdida...), que he escuchado esa maldita frase: 'al menos tienes trabajo, deberias dar las gracias'.

Pues no, señoras y señores, no debo dar las gracias. Quizás si que pueda sentirme afortunada de tener un salario a fin de mes, y de no morirme de hambre, pero lo que no puedo hacer es dar las gracias por un trabajo en el que me exigen demasiado y siento que no recibo lo que merezco; por un trabajo en el que no tienen en cuenta mi vida personal, que ya no digo que no pueda compensar el trabajo con mi vida, todos lo hacemos, y debemos hacerlo, lo que no puedo agradecer es que me priven de mis días libres, unos días que me pertenecen por derecho, y encima me miren con mala cara y me reprochen el hecho de decir 'no, lo siento, no puedo venir ese día'; por un trabajo en el que, supuestamente, recibo un 'salario digno', cuando no es así ni por asomo; por un trabajo que me deprime cada día mas, haciendome perder las ganas de salir de casa, y ya no es porque no sea algo para lo que yo estudié, que va, eso lo asumimos, sino porque no me encuentro del todo cómoda en él; tampoco voy a dar las gracias por estar en un puesto que me toca, de manera lejana, en mis estudios...

En fin, que NO VOY A DAR LAS GRACIAS, no me da la gana, porque no, punto, y al próximo que me diga eso, me lo cargo, al estilo Kill Bill; en serio.

¿Qué nos queda entonces? 


 Bueno, pues la paciencia, que, gracias a dios, tengo una poca, y esperar a que lleguen tiempos mejores (aunque segun esta el país...). O, por el contrario, el coraje de saltar al vacio y lanzarme a hacer lo que realmente me apasiona y me hace ser feliz.

Menos mal que, aunque el trabajo sea una mierda, siempre hay gente a tu alrededor que te hace el día más llevadero. Que sería de nosotros si no...



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